¿Sabemos realmente cómo es el universo?
Los científicos estiman que el 95 por ciento del cosmos nos resulta totalmente desconocido. Nadie sabe con certeza qué es la materia oscura —que representa un 27 por ciento— ni la energía oscura —que supone un 68 por ciento— pero, paradójicamente, ambos conceptos ayudan a sostener en pie la teoría más aceptada sobre el origen y evolución del universo.
No obstante, hay algunos aspectos en los que hemos retrocedido respecto a nuestros antecesores y, en gran parte, esto se debe a que una persona media de nuestra sociedad habita en zonas urbanas y se ha desconectado de la naturaleza. Su rutina diaria ya no está controlada por fuerzas fundamentales, sino que cree incluso poder dominarlas.
Entre las maravillas de la Creación, nuestros antepasados contemplaban con fascinación el espectáculo ofrecido por los cielos nocturnos. Nosotros, inmersos en una atmósfera de luces artificiales, ya casi no alzamos la mirada, ni siquiera pensamos en su existencia. Vivimos centrados exclusivamente en esa capa esférica de apenas mil o dos mil metros de espesor en la que nos movemos sobre la superficie de la Tierra. Solo cuando la naturaleza nos demuestra su poder nos acordamos de lo que está bajo nuestros pies o sobre nuestras cabezas.
La primera vez que un niño observa el firmamento se queda maravillado. Los adultos raramente lo hacemos, pero deberíamos dedicarle unos minutos durante alguna noche despejada. Busquen un lugar apartado de las luces de la ciudad y vuelvan a disfrutar de la experiencia. Mientras admiran la bóveda celeste llena de estrellas —una imagen de una riqueza increíble— es probable que les asalten varias preguntas: ¿qué son en realidad esos puntos brillantes?, ¿de dónde han venido?, ¿qué sabemos de ellos?, ¿cómo van a evolucionar?
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